viernes, 8 de febrero de 2013

Patrimonialismo mexicano.


El  patrimonialismo  es  una  forma  de  ejercicio  del  poder  observada  en sociedades premodernas cuyas características primordiales, en su estado puro, Max Weber sintetizó de la siguiente manera: el soberano es visto como el señor que dispensa su favor y su gracia al pueblo; los puestos públicos no son asignados por capacidad y competencia sino por lealtad y simpatía; no hay una formación estricta y regulada de los funcionarios sino  una  nominación  que  obedece  a  la  conveniencia  de  quien  posee  la  autoridad;  la actividad de dichos funcionarios con frecuencia se extiende más allá de lo que les está expresamente  señalado;  el  desempeño  de  los  cargos  se  remunera  sobre  todo  por  el usufructo  que  de  ellos se  pueda  hacer; se  obedece más  a la  disposición individual  del gobernante que a leyes fijas y establecidas.

Ciertamente, en México hay una arraigada tradición de ver al presidente de la república como el padre del pueblo —de allí el paternalismo que lleva a cabo, según criterios de conveniencia y oportunidad, algún tipo de política social para obtener el respaldo de los gobernados —de  allí el populismo. Las redes de poder que  estableció el régimen de la revolución obedecieron a ese diseño y a la verticalidad de los lazos de dependencia y de lealtad de personas y grupos. Las instituciones gubernamentales tanto del sector central como del descentralizado igualmente cayeron en esa lógica. Destino semejante les aguardó a las entidades federativas en las que la intervención del poder presidencial y sus agentes fue  constante.

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